Actualmente visitamos museos que se encuentran en edificios que nunca fueran pensados para ser museos, fueron construidos para albergar otra cosa muy diferente. Estos edificios que visitamos son museos que han sido reciclados, transformándose de palacios, conventos, castillos, fortalezas, etcétera, a ser museos en la actualidad. Existen muchos ejemplos, como ya habréis visto y visitado, uno de ellos es el Museo Nacional de Arte de Cataluña (España), edificio emblemático de la Exposición Internacional de Barcelona 1929, o el caso delCentro Andaluz de Arte Contemporáneo ubicado en el antiguo convento de laCartuja de Sevilla (España). Pero hay centenares de ejemplos más en todo el mundo. En todos estos equipamientos antiguos, que ahora son modernos museos, se obliga a invertir mucho dinero en mantenimiento y acondicionamiento de los mismos, tanto en lo relacionado a la adaptación de las colecciones al continente, como a las necesidades de accesibilidad de sus visitantes, hecho que condiciona de manera permanente los presupuestos de estas instituciones. Y con la que está cayendo…
Allá por el año 1929, el arquitecto Auguste Perret, divulgador en Europa de nuevas técnicas constructivas y uso de materiales hasta entonces desconocidos para la construcción, cuestionaba el tipo de museos en edificios “antiguos”, ya que “la iluminación suele ser defectuosa y la decoración se peleaba con las colecciones expuestas, cuestionándose si era posible encontrar, “en el mundo moderno, la atmósfera, el encanto y el prestigio de los viejos palacios, para concebir un edificio que además pudiera ser un verdadero lugar de esparcimiento, de fiesta y de estudio”. Podemos considerar que este ejercicio de “esparcimiento y fiesta” debe ser también para todo tipo de público. El museo se debe construir no solo bajo criterios de funcionalidad, sino de adaptación a las personas que tiene dificultades de movilidad por la razón que sea, ya sea física o psico-somática, o ambas.
Hemos usado ya en varios artículos de este blog, la palabra “accesibilidad” la asociamos siempre con los visitantes de los museos que tienen alguna discapacidad física o psíquica, o ambas, y que necesiten de especial atención para que su estancia en el museo no les genere el más mínimo de los problemas. En este sentido, deberíamos ampliar el término cuando hablamos de visitantes con dificultades de movilidad pero por que son pequeños, niños y niñas, o por ser mayores o por ser mujeres en periodo de gestación, etcétera.
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No solo estamos hablando de barreras arquitectónicas sino de barreras que muchas veces – y sin ser conscientes de ello – están dentro del conjunto de elementos de preservación preventiva de los objetos expuestos. Los museos deberían promover diversos niveles de difusión de sus contenidos (colecciones) para que todos los visitantes, sean quienes sean, se encuentren físicamente de una manera u otra, tengan un índice de percepción u otro, puedan acceder a ese patrimonio de una manera fluida y sencilla.
En el conocido como “Decálogo de León” (2008), que surgió a partir de la Convención Europea sobre “Formación y diseño para todos: experiencias innovadoras”, se dice que “el diseño para todos debe ser entendido de una forma amplia y completa. Los productos, los entornos, las tecnologías, los servicios y, en general, cualquier ámbito de sociedad, deben ser concebidos de forma que puedan ser utilizados por todas las personas, independientemente de sus capacidades, circunstancias y diversidades. La participación de los visitantes es un aspecto esencial en todas las fases que intervienen en el proceso de diseño. La formación es crucial para promover el cambio de actitud necesario que la sociedad necesita en la búsqueda de un diseño para todos. Las bases de ese cambio se deben establecer en las escuelas, en las universidades, en los centros educativos y en el entorno familiar”. Nosotros añadimos, por supuesto, “y en los museos”.
No queremos sentar cátedra sobre este concepto de accesibilidad, tampoco queremos decir que “todo” deba ser orientado a esta función en el edificio, pero sí debe existir al menos un recorrido accesible en todo museo. Debemos crear y pensar en itinerarios con una selección de piezas que permitan interactuar de maneras distintas ante estas colecciones. Seamos capaces de generar experiencias sensoriales para todos, con réplicas que se pueda tocar – incluso de cuadros, como ya se esta haciendo en algún museo de arte -. Las vitrinas y maquetas deben estar colocadas a una altura que permita que sean observadas por niños y personas de estatura pequeña y por personas que se desplazan en sillas de ruedas. Existen casos en los que adultos de estatura media no alcanzan a ver objetos expuestos – recordamos también la existencia de espejos que ayudan a observar y nos son caros -. Es muy importante que aquellos que tenemos responsabilidades en el diseño de museos y exposiciones seamos capaces de “vestir los pantalones de otros”, ponernos en el lugar de los demás para reflexionar sobre el cómo. Nosotros seguiremos poniéndonos de rodillas en los museos para vagar por sus salas, se sacan muchísimas conclusiones – recomendable el uso de rodilleras -; también hemos usado muletas, es agotador.
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