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segunda-feira, 28 de julho de 2014

¿Y Si Anunciamos el Museo?

Llegó el día en el que los responsables de los museos constataron que existía una necesidad urgente de captar fondos. Ni el estado ni los patronos de la fundación subirían sus aportaciones para hacer algo que evitase la ausencia de visitantes. Por otra parte, las expediciones que se patrocinaban con fondos del museo caían como una losa en los balances ya que no proporcionaban ingreso adicional alguno, la gente no acudía a ver los especímenes que tanto costaba exhibir. Al menos quedaba el saber y el conocimiento, pero no eres suficiente.






Por otra parte el museo necesitaba afrontar algunas mejoras estructurales, se les estaba quedando un tanto vetusto y eso tampoco ayudaba a que los visitantes acudieran. El museo se estaba quedando vacío, inerte, oscuro.







En una de esas reuniones que se programaban para buscar soluciones, alguien comentó que había visto expuesto en unos grandes almacenes – de la época -, el avión con el que Blériot había cruzado el canal de la Mancha, que la tienda estaba abarrotada de gente y que había colas en la calle para verlo. Además, le habían entregado un folletito con el aviso de que la semana que viene se iba a exponer el trineo y los enseres de la expedición de Shackleton en uno de los escaparates, y que el mismo explorador de los hielos, en persona, iba a narrar sus aventuras a los que se congregaran en el hall la gran tienda. En realidad solo debían acoplar aquello que habían visto en su día en la exposición universal, y hacerlo tamaño del museo para hacerlo de vez en cuando.







Con buen criterio, los responsables del museo pensaron que ellos debían hacer lo mismo y que esa era una fantástica manera de atraer gente al museo. Podían copiar la estrategia ya que estaba sin patentar. Eso sí, ellos decidieron cambiarle el nombre a ese tipo de evento y lo llamaron “exposición temporal”.







A partir de ese momento las exposiciones temporales formaron parte de forma permanente en la actividad del museo. Desde el día que se hizo la primera exposición y se comprobó que, como en el caso de los almacenes, la gente acudía en tropel, se programarían de forma continua y hasta con cierto aire comercial (y si además montamos una tienda dentro del museo…). El único problema que se mostraba en el horizonte de esta estrategia era el esfuerzo de informar a los visitantes de que se iba a programar una nueva exposición. Los que acudían al museo se enterarían allí mismo pero, ¿y la gente que no visitaba el Museo? Había que pensar algo. Desde luego lo que no se podía hacer de modo alguno era entregar a la gente papelitos por la calle con el aviso de la nueva exposición. Eran un museo, un institución muy seria y no podían caer tan bajo. Solución: Llamaron a un publicitario y esto abrió todo un camino a la evolución…






Las agencias de publicidad sueñan con tener museos como clientes.



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