El arte no ha escapado al influjo del erotismo, a veces en forma de trazos compulsivos como los de Egon Schiele, otras en las pieles retratadas por Modigliani, que casi se acarician. Y así hasta diez ejemplos en los que el arte se hace carne
«El origen del mundo» (Courbet)
Y hemos llegado al final, que es el principio. El origen. Cuadro que pinta Courbet en el año 1866 y que ha escandalizado como pocos solo porque nadie se había atrevido a acercar tanto el encuadre, como en elzoom de una fotografía. Una reacción incómoda en el espectador. Antes y ahora, está comprobado. Lo escandaloso lleva a lo oculto. Esta obra no se vio colgada en un museo (el d’Orsay) hasta 1995. Su último propietario privado fue Lacan (uno de los «hijos» de Freud), quien la guarda también bien tapada. A su muerte, y como pago de impuestos sucesorios, pasó al Estado.
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«Drácula» (Tod Browning)
Otra leyenda que se vuelve erótica en manos, primero, del novelista Bram Stoker y luego del cine y del arte. Un beso en el cuello que siempre se ha leído como la posesión, el vampirismo del amor más obsesivo y sumiso. Unas gotas de sangre lasciva.
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«El sueño de la mujer del pescador» (Hokusai)
Japón, sus leyendas y sus representaciones han dado las mejores estampas eróticas (shunga). Y Hokusai es el más importante. En esta serie de imágenes recrea la leyenda de Taishokan (Periodo Edo), donde una mujer se sumerge en el fondo del mar para recuperar una joya robada a su hijo y es perseguida por monstruos acuáticos y dragones marinos... La imaginación explícita de Hokusai hizo el resto.
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«Manos» (Paul Delvaux)
Entre tanto arrebato pictórico o pulsión amorosa puede que sorprenda un cuadro de Paul Delvaux donde las figuras resultan un tanto pétreas y las miradas perdidas en trayectorias sonámbulas. El surrealismo es así y puede que no exista movimiento en la Historia del Arte occidental tan influido por los sueños eróticos y sus lecturas de diván y psicoanálisis.
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Grabado de la serie «Minotauromaquia» (Picasso)
El hombre, el macho devorador de mujeres que se pasea por sus dominios con el pecho al descubierto y el infierno en la mirada. El toro en la mitología laberíntica de la carne. Ese es Picasso.
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«Abrazo. Amantes» (Egon Schiele)
Considerado junto a Kokoschka el máximo representante del expresionismos austriaco, Schiele acabaría en prisión por pinturas y acuarelas como la que aparece sobre estas líneas. En sus cuerpos no hay cánones de belleza alguna, sino trazos entre compulsivos y –¿por qué no?– orgásmicos. Estamos en el año 1917, principios del siglo XX, los años de vértigo, y Freud, de nuevo, con sus viajes al interior de la mente y de sus vericuetos sexuales.
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«San Sebastián» (El Greco)
El erotismo no es uno ni unívoco. No viaja en una dirección y esto lo dejó bien claro Freud. Por ello no puede haber una selección sobre Eros y sus manifestaciones artísticas sin incluir el icono gay por excelencia: San Sebastián acribillado por las flechas del martirologio a manos de los súbditos del emperador Diocleciano. El físico estilizado, el rostro aniñado, también un punto de éxtasis en las pupilas... son señas de identidad que se repiten en sus numerosísimas representaciones. El Greco quizá sea el que mejor refleja el desmayo de la carne.
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«Desnudo» (Amedeo Modigliani)
Cuerpos femeninos recostados en divanes, camas sofás o similares. La Historia del Arte no ha dado uno sino infinitos. Tiziano, Goya, Velázquez y su Venus del espejo que escondía el Monarca solo para sí y su privacidad... Por salirnos de la iconografía clásica, pero en paralelo, recogemos uno de los muchos desnudos que firmó el artista italiano, maldito y suicida, como sus amantes. Hay quien ha afirmado que cuando se contempla uno de estos cuadros es inevitable imaginarse acariciando el contorno de la piel.
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Fotografía de Helmut Newton (detalle)
En el álbum contemporáneo de las imágenes, el fotógrafo de origen alemán Helmut Newton ha disparado las alarmas del erotismo congelado pero que descongela más rápido que nadie la imaginación. Sus parejas de cuerpos femeninos, desvestidos o sin desvestir, nacen en la moda y en sus publicaciones de referencia, pero sirven para enmarcar los límites del morbo artístico, ajeno a los jarros de agua helada que lanza el arte más conceptual.
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«La Magdalena penitente» (Luca Giordano)
Las lecturas subterráneas han dado la vuelta a las apariencias. En este escenario y con este guión en la mano, el Barroco descorrió velos y telones, lo mismo que los ha echado para ensombrecer recovecos ya de por sí oscuros. Como bien argumentó la exposición Las lágrimas de Eros (Museo Thyssen), que la cataloga dentro de esta iconografía, Madgalena es la imagen del arrepentimiento. Un trasunto de dolor suspendido en el éxtasis. Un limbo donde la pérdida de conciencia resulta equívoca. La melena suelta y ondulada es una metáfora de ese agua que siempre ha discurrido entre las simbologías eróticas y fértiles en la Historia del Arte. La carne es carnalidad.
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