En muchos países del primer mundo, los muy ricos compradores de arte se están alejando de las instituciones públicas para construir sus propios museos privados. Pero siempre se dan excepciones. En la zona de la bahía de San Francisco (SF Bay Area), 200 coleccionistas privados de arte han sido persuadidos para que apuchinen 4.000 piezas de sus colecciones privadas, que irán a parar al novísimo Museo de Arte Moderno de San Francisco (SFMOMA), inaugurado antes de ayer. Y por si no fuera suficiente, los coleccionistas han contribuido, muy generosamente, pagando el edificio diseñado por Snøhetta, una firma de arquitectura noruega, que ha cobrado 245 millones de dólares de nada. Crisis? What crisis? Cómo os decimos, el museo ha abierto sus puertas hace dos días, convirtiéndose en el museo de arte moderno más grande de América.
Se han tardado cinco años para la puesta en marcha del museo, desde aquel día en el que se presentó la primera idea en la sala de reuniones de los poderosos. Y hablando de poderosos, el nuevo SFMOMA refleja la confluencia entre el rancio dinero del Oeste americano y el de los nuevos ricos de Silicon Valley; una mezcla explosiva. Esto prueba, de la misma manera que otros nuevos proyectos lo podrían hacer, que coleccionar arte contemporáneo se ha convertido en un símbolo de riqueza, de tener pasta gansa, ambición y, apurando un poco, hasta algunas inquietudes desinteresadas de los propietarios de las obras por el bien público.
Casi tres cuartas partes de los trabajos que se exhiben en este nuevo museo son regalos. El amigo Neal Benezra, director del invento, ha orquestado la campaña “Por el Arte”, de la que ha brotado la opción de: “Señor Rico, voy a ir a su casa y haré mío lo que yo quiera”. Este genio ha dicho: “No hemos echado la red solo para ver que cae”. El museo se ha dedicado a rellenar áreas que estaban vacías, y ha buscado el relleno llamando a puertas de aquí y de allá, pero puertas de mansiones.
Archivo EVE
La señora Robin Wright (no la ex de Mr. Penn), es una filántropa de toda la vida y ahora vice-presidente de la junta del museo. Ayudó al SFMOMA a solicitar los regalos a sus amigos. Ella misma, le entregó al museo una lista de todas las obras de su colección; el museo escogió 36 piezas, incluyendo una pintura muy rara de Ed Ruscha (1973) titulado “Mal”, realizada con la sangre del propio artista. “Es difícil imaginar morir, dejándolo todo al azar”, nos dice la señora Wright. “¿Quién podría ser el mejor guardián de las obras que un museo una vez que te has ido?” Además, los coleccionistas pueden quedarse tranquilos sabiendo que sus piezas de arte son dignas de un museo, que sus obras podrían volver a casa si el museo se plantea cambiar de rumbo museológico-artístico. Todo, dice el inefable mister Benezra, responde a una “gran planificación para la continuidad de la institución”.
Hace una década, muchas donaciones a museos estadounidenses eran “regalos a desgravar”; los coleccionistas podrían beneficiarse de deducciones tributarias, siempre en proporción al cambio del valor de sus obras en el mercado del arte. Cuando las reglas fueron cambiadas por la Ley de Protección de Pensiones de 2006, la práctica se convirtió en económicamente poco atractiva y las donaciones de arte cayeron en picado. ¿Filantropismo? ¿Qué filantropismo?
Últimamente, otro sistema conocido como “regalos de compromiso” comienza a prevalecer. El SFMOMA ha hecho un buen trabajo detallando los beneficios psicológicos y sociales de esta forma de “filantropía”. Del mismo modo que estaba recibiendo el regalo de la señora Wright, Charles Schwab, presidente de la junta del museo, y su esposa Helen, hicieron una oferta de sus propias 27 obras, entre las que hay pinturas importantes de Fernand Lger, Jackson Pollock y Francis Bacon. Poco después, otros siete importantes coleccionistas se comprometieron donando más de 100 obras más siguiendo el efecto cadena. No está nada mal.
Con gran diferencia, la mayor aportación corresponde al señor Donald y Doris Fisher, co-fundadores de Gap, la cadena de ropa. En septiembre de 2009, justo antes de morir, la señora Fisher cerró un acuerdo con el Sr. Benezra, concediendo al SFMOMA un préstamo de 100 años de sus 1.100 obras, incluyendo 25 realizadas por Alexander Calder, 22 de Gerhard Richter, 18 Andy Warhols y 18 Ellsworth Kelly. Y que a gusto se quedó la señora, acompañada de los saltos de alegría del señor Benezra.
Archivo EVE
La asociación entre el SFMOMA y los coleccionistas no tiene precedentes, además es una unión que está basada en reglas muy estrictas. Una de estas reglas es que, cada diez años, por ejemplo, el museo debe organizar una exposición que se centre exclusivamente en la colección Fisher. En otras ocasiones, también dentro de las reglas aceptadas por los donantes, el museo puede mezclar piezas de los Fisher, exhibiendo con ellas obras propias y provenientes de otras colecciones. El SFMOMA, también se hará cargo de la conservación y promoción del arte moderno local. A cambio, los Fisher aportaron una “muy generosa” suma de dinero no revelada, para la construcción del nuevo edificio y su dotación. Se calcula que la colección que los Fisher han donado al museo tiene un valor de mercado de unos mil millones de dólares.
El reto de presentar esta avalancha de donaciones para el público, ha recaído principalmente en Gary Garrels, conservador jefe de pintura y escultura. Este señor dedicó tres años de su vida a la contemplación de modelos a escala de los siete pisos de exposición del museo. Ha supervisado la instalación de las obras desde diciembre de 2015. El museo decidió incluir al menos una obra de cada uno de los 231 donantes que respondieron a la campaña del señor Benezra, por lo que la instalación podrá ofrecer al público un retrato de la comunidad coleccionista de arte del área de la bahía de San Francisco, como si fuera una narración histórico-artística de la ciudad.
Los visitantes entrarán al museo a través de la nueva y elegante estructura diseñada por Snøhetta, un enorme espacio lleno de luz, algo que se ha convertido en un requisito estándar de los museos de arte modernos (la Tate Modern, que abrirá su propia nueva extensión dentro de un mes, tendrá algo así también). En San Francisco, el espacio se llenará con una escultura clásica de acero oxidado por Richard Serra (¿cómo no?); arriba, en un atrio blanquiazul, se podrá ver un dibujo en la pared inusualmente alegre de Sol LeWitt, titulado “Loopy Doopy”.
Lo que hará que el SFMOMA sea único, es la serie de habitaciones que ofrecen mini-retrospectivas de artistas individuales. Gracias a las generosas donaciones que el museo ha recibido, con obras tan buenas, que se convertirán en una gran atracción por sí mismas. Una de estas salas expondrá una exuberante gama de móviles y otras esculturas de Calder, que fue a la misma escuela secundaria de San Francisco que Donald Fisher, “el donante”. Otro lugar del museo, el apodado “La Capilla”, es una sala octogonal que exhibirá un conjunto de siete pinturas geométricas de Agnes Martin. Y así, hasta el infinito y más allá…
San Francisco se ha convertido en el “Wall Street del Oeste”, pero también es el centro histórico de los hippies, la liberación gay, el movimiento “de la granja a la mesa”, las startups multimillonarias y la cultura digital. Es una ciudad creativa que surgió de la nada en 1848, cuando la fiebre del oro comenzaba a contagiar a gente ansiosa. A pesar de las apariencias, sus ciudadanos saben muy bien que la cultura no se genera por sí sola; que tiene que ser construida lentamente, alimentada, cuidada. “Una cosa que he aprendido a través de este proceso de recaudación de fondos”, dice el director del museo, “es que esta comunidad ama las grandes ideas (Think big). Ellos están dispuestos a correr riesgos y asumir el fracaso, pero apoyarán siempre las iniciativas que puedan convertirse en una fantástica realidad”.
Fonte: @edisonmariotti #edisonmariotti
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