En un informe ampliamente debatido sobre la política patrimonial en Francia que Max Quemèn, el presidente del Fondo Nacional de Monumentos Histórios y Sitios, presentó al ministro de Cultura Jack Lang, había todo un capítulo que estaba dedicado a los ecomuseos. Al examinar y justificar la considerable ampliación del concepto de patrimonio, el autor destacaba las significativas innovaciones introducidas por el movimiento de los ecomuseos en Francia (y que ahora puede aplicarse perfectamente a otros países). Como puede verse en el extracto que publicamos a continuación, el informe permite aclarar numerosos aspectos de su problemática. Creemos que este texto puede ser de vuestro interés y lo transcribimos tal cual, traducido del francés.
The Black Harbour
“Si admitimos la fórmula según la cual “todo ecomuseo nace de la convergencia de un deseo y de una respuesta, no correspondiendo a un esquema voluntarista impuesto a un territorio para tomarlo a su cargo sino a un deseo de asumirse…” , deberemos ser muy prudentes en las definiciones. Nos esforzaremos, más bien, por considerar el “fenómeno” del ecomuseo y por reflexionar sobre el tipo de conducta más adecuada para permitir que los cuerpos sociales y el Estado apoyen su desarrollo sin desviar su dinámica. Pero no hay que engañarse: para una administración, éste es un ejercicio saludable, pero delicado.
Antes del ecomuseo está el patrimonio, rescatado de la indiferencia o del vandalismo, protegido, conservado, petrificado y, por esas mismas razones, convertido en punto de apoyo de la intensa dialéctica de la filiación reivindicada y de la filiación rechazada, de la necesidad de referencia y arraigo, y de la necesidad de vivir e innovar, incluso destruyendo.
Nacido de la contradicción, el ecomuseo vive de ella. Su condición de depositario patrimonial lo induce a inventariar, a coleccionar, a conservar. Pero su verdadero patrimonio no es otro que la memoria colectiva, de la que surge una identidad que, en su singularidad, tiene necesariamente que enfrentarse con la historia presente y con el futuro en ciernes. El ecomuseo vive, pues, en una tensión que desalienta las definiciones estáticas. En cambio, la aprehensión correcta del ecomuseo por sus diversos participantes supone en éstos una clara conciencia de las exigencias fundamentales a las que está subordinada su existencia.
La primera se refiere a la territorialidad de su campo de investigación, que sería erróneo reducir a la noción de competencia territorial, cuando se trata en realidad de la vocación de revelar, en su totalidad, el conjunto de prácticas, técnicas, luchas, subjetividades y referencias socio-culturales que caracterizan una población. Entendida de este modo, la territorialidad del ecomuseo le permite abrirse a la confrontación externa para evitar el ensimismamiento.
Las exigencias correlativas son la asunción de las actividades del ecomuseo por parte de la población local, encuadrada en la estructura más adecuada (la asociación comunitaria, generalmente), y la participación de los trabajadores en sus actividades de investigación (investigación-formación). Esta exigencia no es antinómica sino portadora de una útil provocación, tanto más que debe reconocerse el carácter científico de las actividades de investigación así emprendidas, a condición de disponer de las orientaciones metodológicas y del personal calificado necesario.
Pero el ecomuseo suele trascender el ámbito del conocimiento puro. Sus actividades desembocan en un conjunto de prácticas sociales concretas en un terreno real, que pueden comprender desde las informaciones, consejos o estudios que se proporcionan a asociaciones, sindicatos u organismos oficiales, hasta la participación en distintos tipos de lucha. Desde este punto de vista, es inevitable establecer paralelismo entre el desarrollo de un ecomuseo y la aventura del taller popular de urbanismo de Roubaix, que a partir de la lucha contra el desarraigo entrañó un proceso de toma de conciencia de sí mismo por parte del grupo, de comprensión de los problemas que plantea el marco de vida y de creación de una práctica urbana enraizada en un patrimonio arquitectónico.
Estamos muy lejos del concepto de “museo” y la palabra “ecomuseo”, palabra que no da realmente cuenta del fenómeno. Sin embargo, conviene observar que un ecomuseo posee colecciones, porque los objetos son signos a los que se aferra la memoria social. Pero se preocupa más por la “salvaguarda de los conocimientos prácticos” que por la “museificación de los objetos”. Los objetos que reúne están relacionados con la vida cotidiana. Algunos pueden ser eliminados por el uso que se sigue haciendo de ellos o por el desgaste que implica su presentación “en funcionamiento” (motores, etcétera). Otros, inventariados y estudiados, pueden ser devueltos a su propietario y recuperar su medio natural. Por último, el ecomuseo prefiere depender de las donaciones o depósitos permanentes en lugar de adoptar una política de adquisiciones que podría despertar el apetito de los coleccionistas, como sucedió cuando se construyó la colección de cristalería en Le Creusot. En cambio, aun cuando el ecomuseo se margina completamente del circuito comercial, los prenderos siguen su movimiento y lo amplifican.
Nada se opone, sin embargo, a que un ecomuseo posea colecciones administradas según las reglas tradicionales. En otros términos, un ecomuseo puede tener una sección “museo”, en la que estén alojados principalmente los depósitos del Estado, sujetos al control habitual. Simplemente, hay que renunciar a aplicar al todo los métodos y reglas que convienen a algunas de sus partes. Ahora bien, en la medida en que el patrimonio material de un ecomuseo está constituido por objetos cotidianos, banales, producidos en serie, incluso usados y, por añadidura, restituidos a su lugar de origen, es evidente que resulta imposible conservarlos de la misma manera que las colecciones de los museos de arte.
Destinados a poner de relieve los objetos más corrientes que pasan habitualmente inadvertidos, el ecomuseo se consagra naturalmente a levantar inventarios categoriales en todos los campos – edificios, objetos domésticos, productos de creación popular, etcétera – y a constituir un banco de datos accesible, en el que todo elemento del patrimonio se convierte en instrumento documental, a expensas del rigor científico necesario. Es el resultado y el punto de partida de un proceso de investigación que se vive como una formación recíproca en la que intervienen los responsables del ecomuseo, los usuarios y los investigadores y donde se confrontan la cultura erudita, el saber popular y el conocimiento técnico.
Las formas de expresión del ecomuseo son diversas: además de sus actividades como centro de investigación y formación recíproca, organiza coloquios y seminarios que reciben participantes de otras regiones; publica monografías, tesis o trabajos de estudiosos locales; organiza exposiciones temporales y exposiciones permanentes pero evolutivas; abre unidades de extensión orientadas hacia los habitantes de los barrios y de los suburbios; establece los itinerarios en el terreno y realiza presentaciones audiovisuales. Se trata de una institución que no pretende ser sino un proyecto en constante renovación y que no debe catalogarse en función de fórmulas tomadas en préstamo a otras categorías familiares.
Podemos así concebir perfectamente un museo de los textiles, pero no un ecomuseo de los textiles, simplemente porque los textiles por sí solos no resumen la globalidad al mismo tiempo industrial, agrícola, urbana y rural que se trata de mostrar. Por el contrario, en función de su geografía económica y humana, un ecomuseo puede tener una línea dominante, como en el caso de la mina, por ejemplo, pero esta cara dominante sólo se toma en cuenta en la medida en que ha contribuido y contribuye a modelar la personalidad social y cultural, y aun la subjetividad de la población. Solamente en ese sentido puede hablarse, por ejemplo (y más vale hacerlo con gran precaución) de ecomuseos industriales.
De todas maneras, aunque hay que cuidarse muy bien de colocar la etiqueta ecomuseo, parece conveniente sin embargo tratar de preservar las posibilidades que encierra la “fisiología” del ecomuseo, evitando que esta fórmula sea sistemáticamente reemplazada, literal o espiritualmente, por la de “centros de cultura científica y técnica”, creados por iniciativa de la administración y no generados por una toma de conciencia colectiva, marcados más por el afán didáctico que por una espontaneidad existencial, circunscritos a un ámbito cultural ciertamente descuidado durante demasiado tiempo, pero que no podría desarrollarse de manera uniforme, sin graves riesgos, en un ambiente segregativo. Ahora bien, se observa desde hace poco tiempo que los ecomuseos tienden a adoptar la estructura de “centros de cultura científica y técnica”, insinuándose en el horizonte una perspectiva de ruptura entre lo rural, que pertenecería al ámbito de los ecomuseos y del Museo Nacional de Artes y Tradiciones Populares, y lo técnico, recuperado por una red de centros vinculados más o menos estrechamente a La Villette. Se asistiría, en tal caso, a la claudicación de la antropología viva frente a la historia de las técnicas, de la restitución frente al conocimiento puro y de la cultura ante la pedagogía”.
[Traducido del francés]
Texto de Max Querrien
Consejero de Estado, es presidente del Fondo Nacional de Monumentos Históricos y Sitios, presidente del Instituto Francés de Arquitectura y alcalde de Paimpol (Cûte du Nord). Fue director de Arquitectura del Ministerio de Asuntos Culturales entre 1963 y 1968.
Cultura e conhecimento são ingredientes essenciais para a sociedade.
Cultura não é o que entra pelos olhos e ouvidos,
mas o que modifica o jeito de olhar e ouvir.
A cultura e o amor devem estar juntos.
Vamos compartilhar.
Culture is not what enters the eyes and ears,
but what modifies the way of looking and hearing.
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