Son muchas las ocasiones en las que profesionales, científicos, artistas, etcétera, nos recuerdan que su vocación de toda la vida fue motivada por la visita a un museo. En estos relatos, el encuentro de esas personas con un objeto real y concreto en el contexto de un mundo diferente, como puede ser un animal exótico, una momia antiquísima o un curioso artefacto científico, ha motivado toda una carrera de aprendizaje y trabajo para más de uno de nosotros (el museo al completo). Para otros, con una curiosidad ya desarrollada sobre algún tema en concreto en el campo de la zoología, la antropología o el arte, el museo ha proporcionado un eslabón esencial en el cultivo de un conocimiento puntual. En cualquier caso, como decimos, lo importante es que muchas personas atribuyen su poderosa motivación a una visita al museo, alegando que su deseo de aprender más sobre algún aspecto del mundo se despertó a partir de aquella visita.
Si admitimos que estos relatos de “experiencias cristalizantes” (Waiters y Gaidner 1986) atribuidas a los museos pueden a menudo ser embellecidas y exageradas en retrospectiva, sería imprudente no valorarlas, porque nuestra fascinación por los museos parece responder a un verdadero fenómeno psicológico. La pregunta podría ser la siguiente: ¿Cómo motivan los museos a los visitantes para que aprendan? ¿Existe una “experiencia museística” única y específica que ayude a los visitantes a comenzar un largo camino de aprendizaje? ¿De qué manera los museos nos presentan la información primordial, de manera que consolide una experiencia formativa y promueva la búsqueda del conocimiento? Para comenzar a responder a estas preguntas, sería útil revisar lo que sabemos acerca de la motivación humana en relación con el aprendizaje.
Los niños nacen con el deseo innato del conocimiento, y algunas de sus hazañas más estupendas del aprendizaje, como caminar, hablar, socializarse, cuidar de uno mismo, se completa casi sin esfuerzo en los primeros años de vida. Sería difícil comprobar cómo una especie tan dependiente del aprendizaje como nosotros podría haber sobrevivido si no encontrásemos un sentido gratificante al conocimiento del medio en el que vivimos. Esta sensación positiva de descubrimiento queda a menudo expuesta a medida que el deseo de aprender de los niños es canalizado en nuevas direcciones, estimulados por metas y expectativas sociales. Las tareas abstractas, impuestas externamente, que los peques realizan en la escuela, socavan la motivación de aprender para muchos de ellos, y a menudo durante el resto de sus vidas. Existen investigaciones que indican que la motivación natural para aprender puede ser reavivada en ambientes de apoyo (Deci et al., 1981: Deci 1992: McCombs 1991), desarrollando actividades relevantes (Maehr, 1984; McConihs, 1991), neutralizando la ansiedad, el miedo y otros estados mentales que son negativos para nosotros (Diener y Dweck 1980; McComhs 1991)… y siempre que los retos de la tarea respondan a las habilidades de cada persona (Csikszent 1990a, 1990h).
Nuestro punto de vista sobre el aprendizaje va mas allá de la mera adquisición del conocimiento, aunque es sin duda una parte importante del mismo. En nuestra opinión, el aprendizaje supone un proceso abierto de interacción con el medio ambiente. Este proceso experiencial desarrolla y amplía el yo, permitiendo descubrir aspectos de uno mismo que eran previamente desconocidos. Así, la experiencia de aprendizaje implica a toda la persona, no sólo a nuestras facultades intelectuales, sino también a las sensoriales y emocionales. Y cuando la información compleja fluye intrínsecamente, la persona es motivada para aprender de una manera que le resulta agradable. Pero, ¿cómo se aplican estos principios generales al tipo de aprendizaje que puede tener lugar en los museos?
El “gancho”.
El primer paso en el proceso de aprendizaje dentro del museo indica que es fundamental que sus exposiciones capten la curiosidad de los visitantes. Los dinosaurios y las momias son motivos inmejorables para atraer la atención de los visitantes de todas las edades. Probablemente el motivo de esta atracción esté predeterminado: los dinosaurios y las momias son muy antiguos y por lo tanto misteriosos; ambos provocan asombro y la emoción del miedo sin sufrir un peligro real. Éstas parecen razones universales para que la gente preste atención. Otro de los motivos podrían ser las exposiciones agradables que usan colores brillantes, exhibiciones interactivas, objetos de gran tamaño y otros estímulos que suscitan el interés necesario como para atraer la atención de todos.
Los investigadores de museos han demostrado que los visitantes mantienen en su memoria las exposiciones a las que han prestado más atención (Falk 1991, Koran, Foster, y Koran 1989). Sin embargo, todavía estamos lejos de conocer cuáles son las dimensiones fundamentales que despiertan el interés por una determinada situación. Hasta entonces, deberemos seguir trabajando sobre un sistema de acierto y error, estudiando la manera de reconocer qué elementos de una exposición son los más atrayentes, para quién y bajo qué condiciones. En otras palabras, el trabajo museístico continuará siendo un arte más que una ciencia. Y aunque ésto no es necesariamente malo, un aporte de conocimiento científico seguramente ayudaría mucho.
Una vez que se consigue atraer la curiosidad individual, la exposición debe comprometer el interés sostenido para que el aprendizaje tenga lugar. Cuando los intereses de los visitantes son múltiples, ya sea hacia la astronomía, arqueología, biología o cualquier tema en concreto, hay que dibujar determinadas directrices. Lo más importante es que el vínculo entre el museo y la vida del visitante sea comprendido. Para inspirar la motivación, los objetos que se exponen y las experiencias que se disfrutan, inspirando asombro y un sentido del descubrimiento, no deben verse desconectados de la propia realidad vital del visitante. Moore (1992, pág. 285) afirma que “cuando el arte se elimina en el contexto de los artistas profesionales, se desarrolla un abismo peligroso entre las bellas artes y las artes cotidianas. Las bellas artes son elevadas y apartadas de la vida, preciosas y, por lo tanto, irrelevantes: habiendo desterrado el arte al museo, no le ofrecemos un lugar en la vida ordinaria”. Lo que dice Moore sobre el arte podría decirse de los museos en general. Es de esperar que la experiencia del museo lleve a los visitantes a descubrir la relación entre las exposiciones y sus propias preocupaciones y, tal vez así, una vez finalizada la visita al museo, ésta estimule su creación artística , científica o de cualquier otro tipo.
El aprendizaje implica el uso de facultades sensoriales, emocionales e intelectuales, y esta conexión nos lleva al tercer paso del proceso. Para involucrar las facultades intelectuales, la exposición debe fomentar lo que Langer (1993, véase también 1989) ha denominado “mindfulness”. Mindfulness es el “estado de ánimo que resulta de dibujar nuevas distinciones, examinar la información desde nuevas perspectivas”.
La información que se presenta como verdadera sin referencias alternativas desalienta la motivación del visitante para explorar y aprender más. Langer (1993, p.45) califica esta situación como un “compromiso cognitivo prematuro”, marcado por creencias rígidas aceptadas sin sentido como verdaderas (ver también Langer y Imber, 1979). Resumiendo, el aprendizaje intrínsecamente motivado es un proceso abierto que implica incertidumbre y descubrimiento de nuevas posibilidades. Una presentación inmóvil del objeto impide esa exploración adicional. Es sólo a través de la elección consciente sobre varias posibilidades cuando podemos aprender quién es cada cuál, cuáles son sus intereses y creencias, y dónde se encuentran sus talentos únicos (Csikszentmihalyi y Rochberg-Halton, 1981; Csikszentmihalyi y Robinson, 1990).
Pero cuando estamos intrínsecamente motivados para aprender, las emociones, los sentimientos, y nuestros pensamientos, se hallan todos involucrados. Por ejemplo, nuestro deseo de conocer los pueblos de lugares lejanos incluye no sólo el deseo de comprensión intelectual, sino también el deseo de sentirse emocionalmente conectado a ellos. A menudo nos atraen las exposiciones que contienen diarios y comentarios personales porque nos conectan con los sentimientos ajenos. Como Moore (1992, p.208) dice:
“Tenemos un anhelo espiritual por la comunidad y la relación con una visión cósmica, pero vamos tras ellos con herramientas literales en lugar de con la sensibilidad del corazón… Nuestros muchos estudios sobre las culturas del mundo son desalmados, reemplazando el vínculo común de la humanidad y su sabiduría compartida con bocados de información, que no tienen forma de penetrar profundamente en nosotros, de nutrir y transformar el sentido de nosotros mismos. El alma, por supuesto, ha sido extraída desde el principio porque concebimos la educación como una cuestión de habilidades e información, no desde la profundidad del sentimiento e imaginación”.
Los investigadores de museos son cada vez más conscientes de que lo que hay en la mayoría de los museos actuales, ya no es suficiente para atraer la fugaz atención e interés de los visitantes; Para ser eficaces, los museos deben proporcionar oportunidades que generen una absorción profunda del interés que conduce al aprendizaje (Harvey, Birjulin, y Loomis, próximamente; Thompson 1993). Esto es lo que Bitgood (1990, p.1) llama “inmersión simulada”, o “el grado en que una exposición implica al visitante con efectividad, lo absorbe, lo involucra generando la experiencia de un tiempo y lugar en particular”. Es como si se experimentara un viaje en el tiempo dentro del museo.
FFFFOUND!
Cuando el visitante está interesado en una exposición y se encuentra motivado a través de sus facultades sensoriales, intelectuales y emocionales, él o ella han de prepararse para experimentar una sensación positiva, intrínsecamente gratificante. Pero para que esta experiencia ocurra, deberán estar presentes esas condiciones que hagan para que todo fluya. Hemos visto que uno de los principales requisitos para generar el flujo sencillo es tener objetivos muy claros. Desafortunadamente, una de las quejas más comunes de los visitantes es que no saben qué hacer cuando entran en un museo. Ayudar a los visitantes a fijar metas manejables y asumibles por todos, tanto para la visita completa como para cada parada en una exposición, es una forma de hacer la experiencia más agradable. Sin embargo, sin retroalimentación la involucración no puede mantenerse. Las exposiciones que tienen más éxito son aquellas que tienen la capacidad de generar preguntas y provocar que los visitantes investiguen las posibles respuestas, evalúen ellos mismos la información y tengan la capacidad de responder adecuadamente (Bitgood, 1990).
Otra característica de las exposiciones exitosas es que ofrecen oportunidades para la participación, plantean el uso de una amplia gama de las habilidades del visitante. Esta noción se hizo familiar en la comunidad museística a través del “movimiento de diseño social”, uno de cuyos objetivos principales era aumentar la “fusión” entre las personas y su entorno (Sommer 1972) o entre los visitantes y los entornos informales de aprendizaje (Screven 1976).
Si la exposición del museo induce a ese estado de que todo fluye, la experiencia será intrínsecamente gratificante. El visitante estará motivado para explorar, todos aprenderán más y las habilidades aumentarán. La consecuencia de esta implicación dinámica es un crecimiento de los sentidos, de la capacidad intelectual y de la complejidad emocional. Ese crecimiento es especialmente importante para tomar consciencia de que vivimos en la sociedad de la información, donde la tecnología multimedia y el software están cambiando rápidamente la forma de aprender y de divertirnos. Al presionar un botón en el interior de nuestra propia casa, podemos aprender la historia de un museo, con imágenes detalladas sobre toda clase de temas. No necesitamos entrar en el museo físicamente, pues los museos ofrecen la oportunidad de interactuar con el verdadero ambiente en el que los objetos todavía están imbuidos de la sangre, las lágrimas, el sudor de sus creadores. ¿Importa realmente este contacto con la facticidad del objeto histórico? o ¿ la realidad virtual generará una experiencia de aprendizaje aún más vívida que las que los museos proporcionan entre sus paredes?
No podemos contestar con rotundidad a estas preguntas. Sin embargo, sabemos que los museos parecen tener una clara ventaja sobre las experiencias inducidas gracias a la utilización de medios y soluciones dentro de sus paredes. Proporcionan información en un espacio público, donde existe potencial para desarrollar un dimensión integradora en el crecimiento personal. Aprendemos a partir de la conexión con rituales – los estímulos y sensaciones positivas que se producen en un evento compartido con otros hace que el sentimiento de conexión se vea reafirmado y fortalecido -. En la sociedad moderna, sin embargo, existen cada vez menos lugares para experimentar esos eventos compartidos. Tal vez una de las principales funciones, aún poco desarrolladas en los museos, sea proporcionar oportunidades para generar experiencias compartidas que aporten un significado individual y que se puedan relacionar con las experiencias de otros.
Cultura não é o que entra pelos olhos e ouvidos,
mas o que modifica o jeito de olhar e ouvir.
A cultura e o amor devem estar juntos.
Vamos compartilhar.
Culture is not what enters the eyes and ears,
but what modifies the way of looking and hearing.
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