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segunda-feira, 12 de maio de 2014

MUSEO ETNOGRÁFICO Y OBJETO

Si queremos tener una idea clara de la situación y forma de exposición que el objeto etnográfico debe tener dentro de un museo, es necesario que hagamos un breve recorrido histórico y observar, antes de hacer cualquier conjetura, como éste ha sido valorado y entendido a lo largo del tiempo, pasando de ser observado como un mero instrumento utilitario durante el siglo XIX, a ser considerado un auténtico objeto artístico a comienzos del siglo XX. 

A partir de los años finales del siglo XIX los exploradores y misioneros europeos que viajaban al continente africano con el objetivo de conquistar nuevos imperios unos e intentar evangelizar a todo lo que se les ponía por delante, otros, comenzaron a su vez a estudiar las costumbres nativas, sus tradiciones autóctonas y sus utensilios y herramientas. Con el tiempo los estudiosos describen en sus escritos estos estudios acompañando las descripciones con dibujos, y comienzan a coleccionar aquello que les resulta más exótico y curioso para mostrarlo a quien lo quisiera ver ya de vuelta en casa, dando lugar a las importantes colecciones etnográficas exhibidas y que finalmente derivan transformándose en los primeros museos etnográficos europeos y también del mundo, con el permiso de los ingleses. Francia será uno de los primeros países que dispuso de un museo, como así documentó Ernest-Théodore Hamy en 1980 y, ya en tiempos recientes, por Nelia Dias (1991).



En 1843, el esfuerzo de Edme-Francois Jomar y Frantz von Siebold por realizar lo que sería el primer museo como tal en Paris, irá evolucionando como institución en el estudio de etnográfia, para finalmente convertirse, dos años más tarde, en el Museo del Hombre del Trocadero de París, hoy las piezas importantes han sido trasladadas casi totalmente al Museo Quai Branly, que se encuentra al borde del Sena un poco más allá vadeando el río, y que dispone de una museografía más moderna, pero no la más moderna disponible en absoluto.


Objetos que hace 100 años era meras herramientas como se ven en algunos museos, en muchos otros se exponen como objetos artísticos alejándose del discurso didáctico de referencia histórica


Podemos considerar a los museos etnográficos como el medio para comparar las distintas sociedades primitivas unas de otras, tomando los objetos pertenecientes a cada una como elemento de referencia para su conocimiento, objetos que son vestigios que actúan como testigos de una realidad. Pero la presencia de esta referencia física, el objeto, no debe reducirse a su dimensión material, sino que va mucho más allá, está llena de significados sutiles como si fuera un código que un experto especialista debe descifrar y simplificar en su fundamento para el visitante. 

La subjetividad no es buena si queremos que es espectador del objeto se interese realmente por él. La nueva museografía debe ayudar a que el visitante interprete el objeto siguiendo el rastro de su historia, no solo desde su posible observación puramente estética, en el caso de las expresiones artísticas, sino también por el valor de su funcionalidad en el caso de los objetos herramientas, su lugar en el tiempo y en el espacio como elemento narrador, y así divulgar didácticamente su importancia: el papel que desempeñaba el objeto para el usuario del otro tiempo y como transcendió en su vida cotidiana. Y esta esta realidad debe ser adaptada en función del amplio espectro de capacidades de comprensión posibles del público. Los profesionales de la museografía no podemos dar por hecho que todos disponemos de la misma capacidad imaginativa, no debemos exigir al visitante que haga un esfuerzo mental determinado en su visita al museo y mucho menos a un niño. Resultaría ser una visita agotadora que acabaría dejando el museo vacío, acabaría por generar rechazo.


Una museografía que “sacralize” el objeto etnográfico lo aleja de su valor como documento para describir un momento de la historia en relación a lo humano (Museo Etnográfico de Shanghai)


Cuando observamos el objeto expuesto en el museo, un objeto iluminado con un led dentro de una vitrina, se genera un fenómeno que resulta a veces imperceptible, dependiendo del momento, y es el de la transformación del objeto simple ante nuestros ojos en testigo de la historia universal. Pero el objeto debe contar su historia y debe hacerlo bien, insistimos. 

La contemplación de la estética del objeto es algo natural en todos nosotros – es bonito o feo, o me deja indiferente -, pero el objeto debe estar por encima de esa valoración primaria y su exposición debe ayudar a que el espectador vaya más allá, asimile con fluidez otra serie de factores de importancia que no había tenido en cuenta. Para ello los objetos deben estar contextualizados, nosotros defendemos la escenografía del objeto y lo prescindibles que son los textos en paneles o en cristal. Si la escenografía se acerca lo más fielmente posible a la realidad del objeto u objetos, los espectadores sabrán apreciarlos en su justa medida. Creemos que exponer menos objetos y contextualizar más las colecciones es muy importante. 

No sirve de nada observar ciento cincuenta máscaras ceremoniales Bámbara oDogón de Africa occidental, en vitrinas enormes si la exhibición de esas máscaras y figuras no nos ayudan a comprender el comportamiento de las etnias ante su forma de ver el mundo, su realidad como tribu, la esencia de los ceremoniales, costumbres ancestrales y mucho más. Incluso, las guías tanto en papel como de audio (audioguías), no cumplen su función al 100% porque exigen que el visitante se apoye en la imaginación, y no todos andamos sobrados de esa capacidad que se nos exige o estamos cansados de pensar y pensar a la vista ya de tres vitrinas. Mucho no es más, los museos deberían entenderlo. Los museos no deberían obligar al visitante a darse un atracón maratoniano de información y contenidos. Abogamos por la simplicidad y la contextualización de las exposiciones etnográficas de la mano de objetos bien expuestos.



Actualmente, con la llegada de las nuevas tecnologías al servicio de la museología y museografía, podemos conseguir lo que anteriormente era muy costoso, incluso casi imposible de hacer por la ausencia de espacio en las exposiciones, sobre todo en los museos pequeños museos locales. Hoy podemos contextualizarlo todo, sin excepción, con el uso de la realidad aumentada. Y aun más en los días en los que vivimos ya que los smartphonesson de uso común y generalizado en la sociedad. 

No tenemos que manejar grandes presupuestos para construir carísimos aunque maravillosos dioramas contextualizadores, ni fabricar fácsimiles. Los marcadores de las aplicaciones de realidad aumentada - lo que hace que la aplicación se ponga en marcha en función del contenido que quiere mostrar -, ya no requieren incluso de códigos QR para “dispararse”; pueden reconocer un detalle de la vestimenta, un dibujo del ornamento expuesto, la forma del utensilio, etc., para que automáticamente genere a la vista la “contextualización” virtual. 

Incluso se puede integrar al visitante en la acción contextualizada como elemento de referencia. Es algo que sobre todo funciona muy bien con los niños que reclaman una didáctica más divertida que no salas y salas llenas de vitrinas. Lo importante, en cualquier caso, es que el objeto no pierda su rango de importancia como vestigio de la historia de la humanidad, como testigo de la historia, pero que,al mismo tiempo, pueda ser entendido y valorado por el gran público sin exigir esfuerzo a cambio.


Diorama de la caza del bisonte en las grandes llanuras del oeste americano (Museo Nacional de Historia Natural de Nueva York)

fonte · en MUSEOGRAFÍA.
@edisonmariotti - #edisonmariotti

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