Un buen proyecto relacionado con el patrimonio, desde un planteamiento museológico y museográfico serio, debe activar los resortes racionales de nuestras mentes: debe emocionar.
Patrimonio y…
La observación, la comparación, la deducción, la ensoñación, el viaje en el tiempo son imprescindibles en nuestro contacto con el patrimonio y, además, potenciar nuestro sentido crítico hacia la realidad que nos rodea. Los promotores de que se desate esa interactividad emocional en relación al patrimonio fueron, curiosamente, científicos y museólogos procedentes del campo de las Ciencias Naturales y de la Física, profesionales que normalmente están relacionados con lo cartesiano y con escasa emotividad, ¡sorpresa! Fueron ellos los primeros que impulsaron el concepto de museo e interactividad en general.
Patrimonio y algo más…
Debemos reconocerles ese mérito que lo tienen, y mucho. Pero lo que nos ocupa hoy son nuestras mentes enfocando a la belleza; el patrimonio en relación a nuestros mecanismos emocionales, sobre nuestros sentimientos y de todo aquello que solemos denominar irracional y que tan mal rato le hizo pasar a Stendhal.
Patrimonio y escenografía
El patrimonio, puede resultarnos impactante, generando sentimientos y emociones muy fuertes. Imaginemos a un católico llegando por primera vez a ver la Basílica de San Pedro en el Vaticano – sensación contradictoria para un ateo admirador del Arte -, o a un musulmán que visita la Meca por primera vez, o para un fan de Miguel Ángel que ve por primera vez El David, La Piedad, la Capilla Sixtina y que podemos decir de Leonardo, los Impresionistas… El corazón se nos acelera e incluso llegamos a las lágrimas ante tal borrachera de belleza y mitomanía cultural, ¿por qué no? Hay conjuntos patrimoniales que impactan en la capacidad emocional de las personas aun hoy. Lo que provoca las emociones, en definitiva, no es tanto el hecho físico sino lo inmaterial, las sensaciones.
En este sentido incluimos las sensaciones ante el patrimonio no tanto por la admiración de la belleza sino todo lo contrario, el miedo y horror ante determinado patrimonio: la visita a Mauthausen, por poner un ejemplo, o una caminata a través de Arlington en Washington D.C., mientras reflexionamos sobre la estúpida, desgraciadamente en demasiadas ocasiones, naturaleza del hombre. Si durante el paseo pensamos que Angkor Wat y los despojos ruinosos que se pueden ver en Omaha Beach de Normandía (aun sin museo), provienen ambos de un ser racional llamado hombre, nos puede explotar la cabeza.
Patrimonio y Mapping
Cambiemos de tercio: las emociones también pueden ser provocadas de manera artificial, especialmente con el uso de la nueva museografía didáctica. No lo consideramos manipulación, es un apoyo al aprendizaje, un empujoncito para aquellos que tienen mayor dificultad en agitar su alma. Partimos de la base de que el patrimonio debe fascinar a un espectro de público que es variado, que tiene diferentes niveles de capacidad emotiva. Hay que generar escenarios y contextualizar el patrimonio para poder lograr sensaciones universales. Se trata de didáctica no de manipulación, nosotros lo entendemos así. Hoy ya no hay excusa para no hacerlo, disponemos de infinidad de recursos para provocar emociones positivas: audiovisuales, efectos de luz, escenografías, dramatizaciones, efectos especiales, jugar con la sorpresa, interactividad, implicación, acción, etc.
Podemos trasladarnos a lugares exóticos haciendo viajes imaginarios, no hay necesidad de desplazamiento para viajar con la mente. Pero todo esto es posible si se mecaniza de forma correcta y pensando en todos los públicos. Si hacemos un mapping en la fachada de Notre Dame, donde proyectamos de noche la historia de la construcción de la catedral, acompañada por efectos de luz y sonido, se convertirá, si se hace profesionalmente, en una experiencia didáctica imborrable para todos. Esa es la puesta en valor emocional del patrimonio que normalmente actúa de forma pasiva en el consciente y subconsciente colectivo: “tu (visitante) me estás (catedral) observando pero no me comunico contigo, tendrás que trabajar solo”. Creemos que ese modo de “interacción” ya no es posible, debemos ir mucho más allá si le queremos sacar todo el jugo didáctico al patrimonio. Si no emociona, no enseña.
Patrimonio e imaginación…
Debemos tener en cuenta que si no es necesaria la intervención es por las siguientes razones:
1. El patrimonio emociona por sus dimensiones y grandiosidad. Siempre resaltamos lo que nos “impresionó”: las Pirámides de Egipto o las de Tenochtitlan en México, la Gran Muralla China, Taj Mahal o Santa Sofía como paradigma de lo colosal.
2. Por su riqueza en términos materiales; el oro de los budas y si es gigante como el Buda Tian Tan de Hong Kong, pues mejor.
3. Por su antigüedad, interesa que tenga muchos miles de años, cuanto más viejo mejor: las pinturas de Altamira, ahora en la neo-cueva, que incluso ahora también resulta espectacular por su intervención museográfica tan acertada. Los yacimientos de Atapuerca también son un gran ejemplo, o los alineamientos de Carnac, o Stonehenge, etc.
4. Por su significado, por su capacidad de convertirse en un mito, como puede ser el Muro de Jerusalén, el castillo de Tintagel (Arturo Pendragón) o la cueva de Merlín.
5. Por su exotismo, por ser únicos en el mundo, por estar fuera de contexto o simplemente por llamar la atención, como pueden ser los gigantescos dibujos de Nazca, Machu Picchu, sin mencionar el patrimonio natural que no nos cabría aquí (por suerte aún).
Patrimonio y puesta en valor
Si la naturaleza del patrimonio mostrado no entra dentro de estos cinco parámetros, la intervención se hará necesaria con la aplicación de un buen proyecto museógrafico: contexto, contenidos, efectos didácticos. Así haremos un favor al patrimonio y, sobre todo, le haremos un enorme regalo a nuestra capacidad de emocionarnos de la mano de la cultura. Hacer del patrimonio una experiencia inolvidable no es una opción, es una obligación por muy radical que suene.
BIBLIOGRAFÍA:
HERNÁNDEZ HERNÁNDEZ, F.
El Patrimonio cultural: la memoria recuperada
Editorial TREA, Gijón (2002).
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