La luz en los museos es una de las mayores preocupaciones de los museógrafos, sobre todo en exposiciones de arte. Por un lado, los conservadores pelean fundamentalmente defendiendo la preservación de las obras y objetos, y los educadores lo hacen en su labor de divulgación de los mismos. Lo que no puede ser es que en demasiadas ocasiones los colores de las obras estén distorsionados por la ausencia o exceso de iluminación, que no seamos capaces de leer un cartelito u observar un objeto mal iluminado. Hay guías de museos que se ven con verdaderas dificultades para explicar al público los colores y matices de los cuadros, cuando la iluminación de la sala no les permite distinguirlos con claridad. Veremos visitantes que van por libre en la sala acercando la nariz a la superficie del lienzo para poder apreciar con claridad los matices de color. El exceso de luz tampoco ayuda y es devastador en materia de conservación.
Hubo un tiempo en el que pensábamos que nos habíamos vuelto un poco obsesivos con este tema de la luz, hasta que un día visitamos una galería de arte de Copenhague. En aquella galería cada cuadro disponía de al menos cinco focos y cada uno era distinto al anterior. Dependiendo de los matices de colores y del criterio del artista – si estaba vivo -, se bañaba el cuadro de luz blanca en una intensidad variable si se encontraban cerca del escaparate o no, es decir, si la obra estaba expuesta a la cambiante luz exterior; no estábamos tan descaminados en nuestro celo por el tema.
Una mala iluminación combinada con una escenografía basada en colores oscuros (paredes) es la receta ideal para que se produzcan “ruidos” en la vista del visitante en relación con las obras expuestas. Es inquietante y frustrante que los brillos que se generan con mala iluminación sobre la superficie del lienzo nos impidan apreciar la obra en su justa medida. Podemos decir también que las sombras no forman parte de las esculturas salvo que el artista las incluya intencionadamente. No hay excusa para hacerlo mal o no hacerlo bien. Los expertos en iluminación y los avances tecnológicos son aliados muy valiosos que nos pueden ayudar.
Pero no solo hay museos de arte en el mundo, hay muchas clases de museos en los que la iluminación es un factor muy a tener en cuenta. En los museos debemos pensar en las personas discapacitadas, en los niños, en nuestro mayores. Si veis a alguien en un museo que esté de rodillas, es muy posible que se trate de un museógrafo sacando conclusiones al mirar el mundo desde la altura de un niño. Hay museos demasiado oscuros que se vuelven incluso peligrosos para determinado grupo de personas con dificultades. La oscuridad tampoco ayuda a que los niños se encuentren a gusto en el museo, al margen de que se trate de una oscuridad preventiva, para preservar los objetos expuestos. Habrá que buscar otra solución con la luz encendida.
Kevan Shau, diseñador experto en iluminación museográfica, nos cuenta: “el burdo sistema de encendido cuando el visitante se acerca no es la única forma de solucionar el problema. Dejar que el visitante decida el encendido de las luces de una vitrina es una buena posibilidad, la secuencia de luces en un expositor o en una vitrina, también puede ser utilizada no solo para ahorrar energía, sino que puede llegar a formar parte de la interpretación de lo expuesto”.
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