En los trirremes, aprovechando un viaje de reconocimiento, se habían ocupado del asunto de forma prioritaria, cuidando con esmero la mercancía, a sabiendas de que cualquier problema que se ocasionara sería castigado severamente, se había pagado mucho por el éxito de la aventura. Recordaron, observando el supparum, mientras las olas mojaban sus rostros curtidos y sus brazos musculados por el esfuerzo, que la travesía había sido larga y extremadamente difícil, sobre todo durante los días que hubieron de soportar una severa galerna que les había azotado en medio de la ruta, alejándolos de cualquier enclave, separándolos de la costa bordeada por ensenadas acogedoras y plácidas que marcaban el límite del lugar que apodaban con orgullo Nostrum. A su llegada a puerto, él los estaba esperando, nervioso y sudoroso. Había gastado una considerable fortuna, pero no importaba, le sobraba el dinero, todo lo que poseía lo invertía en satisfacer esa pasión que sentía y que, a veces, llegaba a extremos insospechados.
Sonrió al recordar que la idea la había pergeñado una noche, en la balconada de su mansión, mirando el horizonte, tras ser informado en secreto, por sus espías, de la curiosidad que habían despertado en los enviados especiales -a la misión - aquellos miles de seres que vivían tranquilos en una zona meridional, soleada y plácida, de La Galia.
Para despertar su ambición, le contaron socarronamente que dispondría de suficiente material para alcanzar su objetivo. Si gustaba, sería aceptado por todos, incluso por los más altos dignatarios, con alguno de los cuales intentaba mantener importantes relaciones de amistad. Elevó la ceja al recordar cómo se ganaba sus favores con extraordinarios regalos, algunos nunca vistos en estas tierras. Quizás hasta sería recibido en la villa de Capri, allá en lo alto del acantilado, algo con lo que soñaba desde hacía tiempo.
Cuánto deseaba que en esta ocasión el asunto valiera la pena, que no ocurriese como tiempo atrás cuando –desanimado- comprobó que la carga traída desde la región de los partos, de la que solo hablaban elogios, no era tan valiosa como sospechaba y, por hallarse en un estado de deterioro acusado, colérico, diríase casi enajenado- se vio en la obligación de arrojarla por la borda, después de haber pagado más de cien bolsas de monedas. Esta vez, impaciente, abrió las cajas con esmero. Entonces con ojos que emanaban gula intensa, las observó con detenimiento. Allí estaban, colocadas unas junto a otras, en línea, ordenadas, inmóviles…Vislumbró el suave color, aunque atractivo en extremo, que ya le habían descrito sus emisarios, si bien sopesó los inconvenientes que esta extraña tonalidad provocaría entre sus amigos, pero… debía arriesgarse.
Esa misma tarde ordenaría que lo prepararan todo, no podía perder tiempo. A buen seguro obtendría fama allende los mares, incluso en ese lejano lugar donde había fracasado su última aventura en la que había tenido que sobornar a toda una flota, con los malos tiempos que había para navegar, solo para comprobar la excelencia de unas quisquillas…que decían eran las más grandes y sabrosas del mar conocido.
Marco Gavio Apicio fue un excéntrico romano, apasionado de la gastronomía, que vivió en el siglo I d. C. (en época de Tiberio). Famoso por gastar considerables sumas de dinero en organizar suntuosos banquetes, acabó suicidándose al ser informado por sus contables que solo disponía de diez millones de sestercios (equivalente a varios millones de euros) para adquirir mercancías exóticas con las que saciar su afición. Innovador, a él se atribuye (si bien no está del todo claro) el famoso tratado De re coquinaria (uno de los primeros libros de cocina que se conocen). Según dicen, Marco Gavio Apicio fue el responsable de introducir el flamenco (ave del género Phoenicopterus) en las mesas de los antiguos romanos.
La belleza del animal, su plumaje de coloración rosa y su carne lo hicieron plato favorito de patricios. Pero, curiosamente, de los flamencos lo más apetecible era la lengua (el resto por lo general se despreciaba). La describían como suave, grande, carnosa y rosada. Como bien relata Plinio “…Apicio, el mayor tragón de todos los derrochadores, ha enseñado que la lengua de flamenco tiene un excelente sabor” (Plinio, X, 133). Plinio el Viejo junto con otros estoicos, caso de Séneca, era contrario a la vida epicúrea de Apicio, dominada por una gula en grado extremo.
Comentan que gustaba matar a los cerdos, por sorpresa, para evitar que debido al susto la carne sufriera estrés y perdiera sabor. Recordemos que en aquella época, loros, avestruces, grullas, cisnes, ruiseñores, pavos reales y toda suerte de delicados y exóticos animales tenían cabida en los estómagos de los clásicos, que ingerían partes impensables hoy en día en nuestras mesas, caso de patas de ocas, sesos de avestruces, crestas de gallos, pezuñas de camellos, entrañas de barbos, leche de morenas, ojos de loros o lenguas de flamencos…
El consumo de las mismas en suntuosos banquetes fue tal que, si consultan algunos escritos de otrora, se puede leer… se llegaron a ingerir hasta seiscientas cabezas de avestruces, cinco mil lenguas de flamencos y casi el mismo número de sesos de ruiseñores en un único festín… Por todo ello, algunas especies sufrieron diezmos importantes, víctimas de excentricidades y matanzas abusivas, solo para complacer el afán de competición, es decir, para ver quién era más original…en las invitaciones.
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El Museo de la Naturaleza y el Hombre se encuentra ubicado en un destacado edificio de la capital insular, el Antiguo Hospital Civil de Nuestra Señora de los Desamparados, que data del año 1745, y que fue remodelado a finales del siglo XIX por el arquitecto Manuel de Oraá y Arcocha. Su fachada principal se considera como uno de los ejemplos más cualificados de la arquitectura neoclásica de las islas, por lo que fue declarado Bien de Interés Cultural, con la categoría de Monumento, en 1983.
En el entorno del Museo se encuentran algunos de los espacios y edificios más emblemáticos de la ciudad Santa Cruz de Tenerife: la Iglesia de la Concepción, centro del núcleo fundacional de la ciudad, cuya primera construcción data del año 1500; la Calle de la Noria, uno de los paseos más tradicionales, animados y con más encanto del antiguo casco urbano y, finalmente, como ejemplo de arquitectura moderna, en los márgenes del Barranco de Santos, y justo al lado del Museo, el TEA (Tenerife Espacio de las Artes), inmueble vanguardista diseñado por el estudio de los arquitectos suizos Herzog & de Meuron.
La rehabilitación integral del histórico edificio que alberga el Museo de la Naturaleza y el Hombre se ha venido realizando en distintas fases. Así, en el año 1993, se acometió una adecuación provisional, con el fin de destinar algunas dependencias a salas de exposición de los Museos de Ciencias Naturales y Arqueológico de Tenerife, de forma que estuvieran abiertas al público, en tanto se redactaban los proyectos, arquitectónico y museográfico, de la Fase I. La ejecución de ambos proyectos comenzó en 1994 y culminó en 1997.
La adecuación del Museo de la Naturaleza y el Hombre continuó con la ejecución de su Fase II, que comprendió tanto obra civil como museográfica, y culminó en abril del año 1999. Con la Fase III, finalizó la intervención en las dependencias del inmueble para su uso como salas de exposición permanente. El conjunto museográfico, resultado de estas tres fases, fue inaugurado por Su Majestad la Reina Doña Sofía, el 9 de enero de 2002. Finalmente, en la IV y última fase, se intervino en la parte trasera del edificio, entre las calles Bravo Murillo, San Sebastián y lateral del Puente Serrador. Con ella, se acometieron áreas complementarias del Museo: Dependencias y laboratorios del Museo de Ciencias Naturales de Tenerife, del Museo Arqueológico de Tenerife y del Instituto Canario de Bioantropología, sala de exposiciones temporales, salón de actos, laboratorio de conservación de colecciones, taller de reproducciones y almacén general.
Tras este largo proceso, hoy día, casi tres siglos después, se ha culminado la metamorfosis que ha transformado aquel antiguo hospital en unmoderno museo, espacio para el conocimiento y trasmisión del importante patrimonio arqueológico y natural de Canarias.
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"[...], el único imperio del hombre en el mundo se halla en el dominio sobre las Artes y las Ciencias, y a la naturaleza no se la manda sino obedeciéndola".
Francis Bacon: Novum Organum, 1620.
El importante trasiego de científicos durante los siglos XVIII y XIX (Darwin, Humboldt, Verneau, Lyell y Berthelot, entre otros) que encontraron en las islas privilegiados laboratorios para la investigación de la naturaleza y –en particular– de la especie humana, y el paulatino acúmulo de colecciones privadas y públicas, fueron conformando la base material e intelectual sobre la que el Cabildo Insular de Tenerife, ya en la década de los años 50 del pasado siglo, fundaría dos de las instituciones museísticas con más arraigo entre los tinerfeños: el Museo de Ciencias Naturales y el Museo Arqueológico de Tenerife.
Así, en junio de 1951, se crea el Museo Insular de Ciencias Naturalesque, en principio, se abasteció de colecciones de muy diverso origen, aunque su base más importante fue parte de los fondos procedentes del antiguo museo de Anselmo J. Benítez, adquiridos en 1949, y, con posterioridad, del Gabinete Científico, creado por Juan Bethencourt Alfonso. Estos fondos aumentaron sensiblemente, en los años posteriores, con las aportaciones de científicos locales. No obstante, el museo no comenzó su andadura hasta principios de 1962, fecha en la que se inauguró la Sección de Entomología. Su sede estuvo ubicada en un antiguo inmueble, en lo que, posteriormente, sería el santacrucero Parque de la Granja, hasta que, en 1974, se trasladó a sus actuales y definitivas dependencias en el Antiguo Hospital Civil.
Hacia 1979, se inician los trámites previos a la restauración del citado edificio para su adecuación como Museo y Centro de Actividades Culturales. Asimismo, se incrementó el personal científico y, ya en 1982, se habilitaron unas salas, que permitieron, por primera vez, que el Museo expusiera sus colecciones al público.
Por otro lado, el Museo Arqueológico de Tenerife se inauguró, en 1958, con fondos procedentes del Museo Municipal (Sección de Arqueología y Antropología), del Museo Villa Benítez, de la Comisaría Provincial de Excavaciones Arqueológicas, del Gabinete Científico y de las adquisiciones de pequeñas colecciones (Vallabriga y Casa Ossuna), además de aportaciones de particulares. En ese momento se logró aglutinar en una única colección todos los materiales arqueológicos y restos humanos guanches de la protohistoria de Tenerife, que se vieron incrementados con los procedentes de numerosas excavaciones. El Museo Arqueológico se emplazaba en unas dependencias del edificio del Cabildo Insular, hasta que, en 1994, también fue trasladado a las dependencias del antiguo Hospital Civil.
Y fue en 1993, cuando el Organismo Autónomo de Museos y Centros –institución creada por el Cabildo de Tenerife para el desarrollo de su política museística– fundó el Instituto Canario de Bioantropologíapara la investigación en ciencias como la paleobiología y paleopatología humanas, la antropología forense y la genética.
Finalmente, ambos museos han terminado confluyendo, junto al citado Instituto, en un ambicioso y moderno proyecto expositivo, el Museo de la Naturaleza y el Hombre, que pone al servicio de los ciudadanos de la isla, y de sus numerosos visitantes, todo el potencial de contenidos, colecciones y conocimientos acumulados durante décadas de investigación científica y trabajo museográfico, aportando así una rigurosa y amena visión del rico patrimonio natural que alberga el Archipiélago Canario y de la cultura de las poblaciones que en él habitaban antes de la conquista europea.
Artículo de opinión: "Lingua", por Fátima Hernández Martín
fonte: @edisonmariotti #edisonmariotti http://www.museosdetenerife.org/
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